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Kis türelmet...
Bejelentkezés
"¿Conocés este libro?", me preguntó Paula, la bibliotecaria, en la segunda vez que me acerqué a la Biblioteca del Instituto Cervantes de Budapest.
Un espacio llamado Ernesto Sábato, y que me ofrece a pasos de mi casa miles de ejemplares de autores españoles y latinoamericanos, sumado a música y películas. "Comiendo en Hungría, de Pablo Neruda y Miguel Angel Asturias", leo en una cubierta anaranjada, de esos libros grandes de tapa dura. ¿Pablo Neruda escribió un libro sobre comida húngara?. Claro, sin duda lo sumé a los otros dos que pensaba llevarme de la biblioteca, y fue el primero en que empecé a leer. Y mientras lo ponía en mi la canasta de la bicicleta, pensaba en que gracias a Paula (y sin buscarlo), ya estaba el próximo post de En Budapest.
Para
colmo, cuando abro la primera página me encuentro con la firma de
Teresa, una adorable española que vive hace muchísimos años en Budapest y
que escribe interesantes notas en el sitio el Quincenal de Hungría,
recordando, por ejemplo cómo eran las peluquerías de la época comunista
o la comida de antaño. Entonces, gracias también a Teresa por donar
este ejemplar que ya es muy dificil de conseguir!
Simplificando,
resulta que Neruda y Asturias viajaron a Budapest en 1965, comieron como
locos fascinados por nuevas combinaciones de sabores, y entre copas se
preguntaron: "Y porqué no escribimos un libro sobre esto"?". Bueno, algo
más o menos así dio como resultado páginas con historias, reseñas de
restaurantes, recetas y hasta poesías a la paprika o al vino Tokaj
("el vino de los reyes"), junto a lindas ilustraciones. Un libro
sencillo, sin grandes pretensiones de revolucionar la literatura, pero
ideal para aquellos que quieran conocer un poco más de la cultura
gastronómica magyar. Con un orden caprichoso que lo hace más
interesante, hasta terminar en un "Léxico Abreviado de las comidas,
bebidas, tabernas y restaurantes de Hungría". De repente, el famoso
poeta chileno y el escritor guatemalteco se convierten en guías para
descifrar un poco más de la gastronomía local.
Pero no es sólo comida, por momentos se transforma en un diario de viaje con recorridos como un domingo a la mañana en el Museo de Bellas Artes, el parque de la Citadella, la Isla Margarita, las calles de Óbuda, y hasta los festejos del 20 de agosto con fuegos artificiales sobre el Parlamento. El viaje también incluye otras ciudades como Kecskemét, o Tihany.
Incontables
son los platos y vinos húngaros que probaron Neruda y Asturias, quizás
inspirados por su "Alegato del buen comer": "De las cocinas huyeron las
horas amorosas de la preparación de platos y pasteles, y la tristeza
disfrazada de preocupación por la gordura, la línea, el pecado y el
costo y el tener que estar a horario, acabó con lo que antes era grato y
placentero, sentarse a comer. Ahora no se come. Se toma de los platos
con aire de no quiero, determinada cantidad de alimentos que contienen
no más calorías de las necesarias. ¡Cuidado con pasarse o propasarse!
¡Cuidado!". Sorprende que un texto escrito hace cuatro décadas refleje
tanto uno de los problemas moderno, no?
El epílogo del libro completa la idea, de volver a la abundancia y el disfrute de los alimentos. "Vamos de camino y comemos donde la mesa es buena y hay amigos. Eso nos ocurrió en Hungría. Buena mesa y muchísimos amigos. Si se trata de llenar el estómago, comer es vulgar, y si es por alimentarse, comer es instintivo. Por eso la mesa que tuvo para nosotros Hungría fue campo de fiesta y los que nos acompañaron, celebrantes de un ritual tan antiguo como el hombre mismo y tan actual como la vida cuando se mantienen las formas del convivio, el gusto por la compañía, las viandas, los vinos, la charla, el humo del tabaco y aquella inconfensable sensación de sobremesa, cuando nos embarga la emoción de estar compenetrados de substancias que fueron combinadas para nuestro deleite en proporciones de arte y sabiduría".
Y completan más adelante: "Fue una fiesta. Cada
comida fue una pequeña fiesta. Comida y hospitalidad en Hungría van de
la mano. El pueblo húngaro es apresuradamente hospitalario, entre otras
cosas, porque le gusta la buena mesa y sentar amigos alrededor de los
manteles. Y en cuanto a su cocina es incitante, apetitosa, dueña de
sabores capitosos únicos, en lo propio y en lo ajeno, ya que muchos
platos de la cocina extranjera preparados a la manera húngara poseen la
magia del condimento".
Y
todo para llegar a un epílogo al que ellos mismos definen como una
"retrospectiva de sabores, teñidos en su mayor parte por el rojo-rosa de
la paprika. "La escala es infinita. El paladar es imperfecto para medir
de los sabores intensos a los ténues (...) La manteca reina. El polvo
de amapolas riega de pecas las espumas batidas de los turrones que
cubren los pasteles. El perejil y la mejorana encienden sus olores.
Ajos, cebollas, tomates, pepinos, pepinillos, especias, todas las
especias. Hay que echar de la mesa al diablo del aburrimiento. El tedio
en el comer diario es la antesala del desamor en los hogares. Y en
Hungría el ama de casa siempre va más allá de lo conocido". Todo para
concluir: "La cocina húngara es siempre un experimento, un ensayo, una aventura gloriosa".
"Cuando
se cruza el río hay un minuto central inmóvil, tierra de nadie, en que
tu cuerpo no está en Buda ni en Pest, en que tu alma pertenece al
Danubio, a su plena corriente que se desliza por la historia". Comiendo en Hungría, Editorial Lumen, Barcelona, 1969.
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